El cuento de la Bella Durmiente.
Erase una vez una reina que dio a luz una niña muy bonita y
hermosa. Al bautismo invitó a todas las hadas de su reino, pero se le
olvido, desgraciadamente, de invitar a la más malvada.
A pesar de ello, esta hada maligna se presento igualmente al
castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo
despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!"
Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio, pronunció un
encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez
de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el
beso de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron
los años y la princesita se convirtió en la muchacha más hermosa del
reino.
El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo
para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No obstante, el
día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del
castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta,
desconocedora de la prohibición del rey, estaba hilando. Por
curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara probar. "No
es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Mas si tienes paciencia
te enseñaré." La maldición del hada malvada estaba a punto de
concretarse. La princesa se pinchó con un huso y cayó fulminada al
suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados a consulta. Sin
embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de
lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina.
La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde
estaba tendida la princesa. "¡No morirá! ¡Puedes estar segura!" la
consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha un mar
de lágrimas, exclamó: "¡Oh, si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada
buena pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa,
al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La
varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica.
Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. " ¡Dormid
tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar." dijo
el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un
profundo sueño.
En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida.
Péndulos y relojes repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El
tiempo parecía haberse detenido realmente. Alrededor del castillo,
sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y
frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera
impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con
la maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo,
un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El
animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor
escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo. El
príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse
camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa.
Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al
apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El
puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las
riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las
escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban
muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos.
"¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano. Cada
vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la
habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel
rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el
amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella,
tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso,
de pronto la muchacha se desemperezó y abrió los ojos, despertando del
largísimo sueño.
Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis
llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado."
El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano
al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se
levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había
sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la
princesa, más hermosa y feliz que nunca.
Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en
el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con
motivo de la boda
miércoles, 13 de enero de 2016
El cuento del Gato con Botas
El cuento del Gato con Botas.
Erase una vez un viejo molinero que tenía tres hijos. Acercándose la hora de su muerte hizo llamar a sus tres hijos. "Mirad, quiero repartiros lo poco que tengo antes de morirme". Al mayor le dejó el molino, al mediano le dejó el burro y al más pequeñito le dejó lo último que le quedaba, el gato. Dicho esto, el padre murió.
Mientras los dos hermanos mayores se dedicaron a explotar su herencia, el más pequeño cogió unas de las botas que tenía su padre, se las puso al gato y ambos se fueron a recorrer el mundo. En el camino se sentaron a descansar bajo la sombra de un árbol. Mientras el amo dormía, el gato le quitó una de las bolsas que tenía el amo, la llenó de hierba y dejó la bolsa abierta. En ese momento se acercó un conejo impresionado por el color verde de esa hierba y se metió dentro de la bolsa. El gato tiró de la cuerda que le rodeaba y el conejo quedó atrapado en la bolsa. Se hecho la bolsa a cuestas y se dirigió hacia palacio para entregársela al rey. Vengo de parte de mi amo, el marqués Carrabás, que le manda este obsequio. El rey muy agradecido aceptó la ofrenda.
Pasaron los días y el gato seguía mandándole regalos al rey de parte de su amo. Un día, el rey decidió hacer una fiesta en palacio y el gato con botas se enteró de ella y pronto se le ocurrió una idea. "¡Amo, Amo! Sé cómo podemos mejorar nuestras vidas. Tú solo sigue mis instrucciones." El amo no entendía muy bien lo que el gato le pedía, pero no tenía nada que perder, así que aceptó. "¡Rápido, Amo! Quítese la ropa y métase en el río." Se acercaban carruajes reales, era el rey y su hija. En el momento que se acercaban el gato chilló: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡El marqués Carrabás se ahoga! ¡Ayuda!". El rey atraído por los chillidos del gato se acercó a ver lo que pasaba. La princesa se quedó asombrada de la belleza del marqués. Se vistió el marqués y se subió a la carroza.
El gato con botas, adelantándose siempre a las cosas, corrió a los campos del pueblo y pidió a los del pueblo que dijeran al rey que las campos eran del marqués y así ocurrió. Lo único que le falta a mi amo -dijo el gato- es un castillo, así que se acordó del castillo del ogro y decidió acercarse a hablar con él. "¡Señor Ogro!, me he enterado de los poderes que usted tiene, pero yo no me lo creo así que he venido a ver si es verdad."
El ogro enfurecido de la incredulidad del gato, cogió aire y ¡zás! se convirtió en un feroz león. "Muy bien, -dijo el gato- pero eso era fácil, porque tú eres un ogro, casi tan grande como un león. Pero, ¿a que no puedes convertirte en algo pequeño? En una mosca, no, mejor en un ratón, ¿puedes? El ogro sopló y se convirtió en un pequeño ratón y antes de que se diera cuenta ¡zás! el gato se abalanzó sobre él y se lo comió. En ese instante sintió pasar las carrozas y salió a la puerta chillando: "¡Amo, Amo! Vamos, entrad." El rey quedó maravillado de todas las posesiones del marqués y le propuso que se casara con su hija y compartieran reinos. Él aceptó y desde entonces tanto el gato como el marqués vivieron felices y comieron perdices
Erase una vez un viejo molinero que tenía tres hijos. Acercándose la hora de su muerte hizo llamar a sus tres hijos. "Mirad, quiero repartiros lo poco que tengo antes de morirme". Al mayor le dejó el molino, al mediano le dejó el burro y al más pequeñito le dejó lo último que le quedaba, el gato. Dicho esto, el padre murió.
Mientras los dos hermanos mayores se dedicaron a explotar su herencia, el más pequeño cogió unas de las botas que tenía su padre, se las puso al gato y ambos se fueron a recorrer el mundo. En el camino se sentaron a descansar bajo la sombra de un árbol. Mientras el amo dormía, el gato le quitó una de las bolsas que tenía el amo, la llenó de hierba y dejó la bolsa abierta. En ese momento se acercó un conejo impresionado por el color verde de esa hierba y se metió dentro de la bolsa. El gato tiró de la cuerda que le rodeaba y el conejo quedó atrapado en la bolsa. Se hecho la bolsa a cuestas y se dirigió hacia palacio para entregársela al rey. Vengo de parte de mi amo, el marqués Carrabás, que le manda este obsequio. El rey muy agradecido aceptó la ofrenda.
Pasaron los días y el gato seguía mandándole regalos al rey de parte de su amo. Un día, el rey decidió hacer una fiesta en palacio y el gato con botas se enteró de ella y pronto se le ocurrió una idea. "¡Amo, Amo! Sé cómo podemos mejorar nuestras vidas. Tú solo sigue mis instrucciones." El amo no entendía muy bien lo que el gato le pedía, pero no tenía nada que perder, así que aceptó. "¡Rápido, Amo! Quítese la ropa y métase en el río." Se acercaban carruajes reales, era el rey y su hija. En el momento que se acercaban el gato chilló: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡El marqués Carrabás se ahoga! ¡Ayuda!". El rey atraído por los chillidos del gato se acercó a ver lo que pasaba. La princesa se quedó asombrada de la belleza del marqués. Se vistió el marqués y se subió a la carroza.
El gato con botas, adelantándose siempre a las cosas, corrió a los campos del pueblo y pidió a los del pueblo que dijeran al rey que las campos eran del marqués y así ocurrió. Lo único que le falta a mi amo -dijo el gato- es un castillo, así que se acordó del castillo del ogro y decidió acercarse a hablar con él. "¡Señor Ogro!, me he enterado de los poderes que usted tiene, pero yo no me lo creo así que he venido a ver si es verdad."
El ogro enfurecido de la incredulidad del gato, cogió aire y ¡zás! se convirtió en un feroz león. "Muy bien, -dijo el gato- pero eso era fácil, porque tú eres un ogro, casi tan grande como un león. Pero, ¿a que no puedes convertirte en algo pequeño? En una mosca, no, mejor en un ratón, ¿puedes? El ogro sopló y se convirtió en un pequeño ratón y antes de que se diera cuenta ¡zás! el gato se abalanzó sobre él y se lo comió. En ese instante sintió pasar las carrozas y salió a la puerta chillando: "¡Amo, Amo! Vamos, entrad." El rey quedó maravillado de todas las posesiones del marqués y le propuso que se casara con su hija y compartieran reinos. Él aceptó y desde entonces tanto el gato como el marqués vivieron felices y comieron perdices
Blanca Nieves
Érase una vez una reina que, cosiendo junto a su ventana, se pinchó en el dedo y vio como la sangre cayó en la nieve. Fue entoncescuando deseó tener una hija con la piel tan blancacomo la nieve, loslabios rojos como la sangre y el pelo negro como elébano. Y su deseó se cumplió, naciendo la princesa Blancanieves. Pero,la reina murió después de dar a luz y el rey se casó con una hechi cera poderosa quetenía un espejo mágico.La reina hechicera solía preguntarle a su espejo una pregunta cadadía:
Espejito, espejito, ¿quién es en la Tierra la más be
lla de todas?
Y él contestaba:
Tú, mi reina, eres la más bella de todas.
Pero, cuando Blancanieves cumplió diecisiete años era tan bonita como el día y la reina le preguntó a su espejo, éste respondió:
Reina, estás llena de belleza, es cierto, pero Blancanieves es más bella que tú y nunca podrás cambiar eso. La reina, celosa, ordenó a un cazador asesinar a Blancanieves en el
bosque y, para asegurarse, le exigió que le trajera
el corazón de la
niña. El cazador se arrepintió, la dejó escapar y l
e llevó a la reina el
corazón de un ciervo joven (que luego fue cocinado
por el cocinero
real y comido por la reina).
En el bosque, Blancanieves descubrió una pequeña ca
sa que
pertenecía a siete enanos y decidió entrar para des
cansar. Allí, éstos
se apiadan de ella:
Si mantienes la casa para nosotros, cocinas, haces l
as camas, lavas,
coses, tejes y mantienes todo limpio y ordenado, ento
nces puede
quedarse con nosotros y tendrá todo lo que quiera.
Le advirtieron, eso sí, que no dejara entrar a nadi
e mientras ellos
estuvieran en las montañas. Mientras tanto, la reina
le preguntó a su
espejo una vez más quién era la más bella de todas y,
horrorizada, se
enteró de que Blancanieves no sólo estaba viviendo
con los enanos,
sino que seguía siendo la más bonita de todas.
La reina usa tres disfraces para tratar de matar a B
lancanieves
mientras los enanos están en las montañas. En primer
lugar,
disfrazada de vendedora ambulante, la reina ofrece a
Blancanieves
coloridas cintas para el cuello, Blancanieves se pr
ueba una pero la
reina la aprieta tan fuertemente que Blancanieves c
ae desmayada,
haciendole pensar a la reina que está muerta. Blanc
anieves es revivida
cuando los enanos le retiran la cinta de su cuello.
A continuación, la
reina se disfraza de persona mayor que vende peines
y le ofrece un
peine envenenado a Blancanieves. Aunque Blancanieve
s se resiste a
que la mujer le ponga el peine, ésta logra ponérselo
a la fuerza y
Blancanieves cae desmayada. Cuando llegan los enano
s de las
montañas le quitan el peine y se dan cuenta de que n
o alcanzó a
clavárselo en la cabeza sino que solo la rasguñó. P
or último, la reina
prepara una manzana envenenada, se disfraza como la
esposa de un
granjero y le ofrece la manzana a Blancanieves. Cuan
do ella se resiste
a aceptar, la reina corta la manzana por la mitad, y
se come la parte
blanca y le da la parte roja y envenenada a Blancan
ieves. Ella come la
manzana con entusiasmo e inmediatamente cae en un pro
fundo sopor.
Cuando los enanos la encuentran, no la pueden reviv
ir. Aun
manteniendo su belleza los enanos fabrican un ataúd
de cristal para
poder verla todo el tiempo.
El tiempo pasa y un príncipe que viaja a través de l
a tierra ve a
Blancanieves en el ataúd. El príncipe está encantad
o por su belleza y
de inmediato se enamora de ella. Este le ruega a los
enanos que le
den el cuerpo de Blancanieves y pide a sus sirvient
es que trasladen el
ataúd a su castillo. Al hacerlo se tropiezan en alg
unos arbustos y el
movimiento hace que el trozo de manzana envenenada ato
rada en la
garganta de Blancanieves se caiga haciéndola desper
tar. El príncipe
luego le declara su amor y pronto se planea una bod
a.
La vanidosa reina, creyendo aún que Blancanieves es
tá muerta,
pregunta una vez más a su espejo quién es la más bell
a de la tierra
y,una vez más, el espejo la decepciona con su respu
esta: "Tú, mi
reina, eres bella, es cierto; pero la joven reina e
s mil veces más bella
que tú."
Sin saber que esta nueva reina era, de hecho, su hi
jastra, la reina es
invitada al matrimonio de un príncipe de un país vec
ino, cuando se da
cuenta que la nueva reina es la princesa Blancaniev
es, la reina-
hechicera se asusta y se desespera tratando de pasa
r desapercibida.
Sin embargo el príncipe y Blancanieves la ven. Blanc
anieves la
reconoce y le cuenta al príncipe todo lo que la aqu
ella le hizo. Como
castigo por sus malos actos, el príncipe, ahora rey
, manda a
confeccionar un par de zapatos de hierro que son ca
lentados al fuego
hasta quedar rojos. Luego obliga a la reina a ponér
selos y bailar hasta
El flautista de hamelin
Hace
mucho tiempo, había un hermoso pueblo llamado Hamelín,
rodeado de montañas y prados, bañado por un lindo riachuelo,
un pueblo realmente hermoso y tranquilo, en el cual sus habitantes vivían felices. Pero un día
sucedió algo muy extraño en el pueblo de Hamelín, todas las
calles fueron invadidas por miles de ratones que
merodeaban por todas partes, arrasando con todo
el grano que había en los graneros y con toda la
comida de sus habitantes.
Nadie acertaba a comprender el motivo de la invasión y, por más que intentavan ahuyentar a los ratones, parecía que que lo único que conseguían era que acudiesen más y más ratones.
Ante la gravedad de la situación, los gobernantes de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron:
- Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones.
Pronto se presentó joven flautista a quien nadie había visto antes y les dijo:
- La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín.
El joven cogió su flauta y empezó a pasear por las calles de Hamelín haciendo sonar una hermosa melodía que parecía encantar a los ratones. Poco a poco, todos los ratones empezaron a salir de sus escondrijos y a seguirle mientras el flautista continuaba tocando, incansable, su flauta. Caminando, caminando, el flautista se alejó de la ciudad hasta llegar a un río, donde todos los ratones subieron a una balsa que se perdió en la distancia.
Los hamelineses, al ver las calles de Hamelín libres de ratones, respiraron aliviados. ¡Por fin estaban tranquilos y podían volver a sus negocios! Estaban tan contentos que organizaron una fiesta olvidando que había sido el joven flautista quien les había conseguido alejar los ratones. A la mañana siguiente, el joven volvió a Hamelín para recibir la recompensa que habían prometido para quien les librara de los ratones.
Pero los gobernantes, que eran muy codiciosos y solamente pensaban en sus propios bienes, no quisieron cumplir con su promesa:
- ¡Vete de nuestro pueblo! ¿Crees que te debemos pagar algo cuando lo único que has hecho ha sido tocar la flauta? ¡Nosotros no te debemos nada!
El joven flautista se enojó mucho a causa de la avarícia y la ingratitud de aquellas personas y prometió que se vengaría. Entonces, cogió la flauta con la que había hechizado a los ratones y empezó a tocar una melodia muy dulce. Pero esta vez no fueron los ratones los que siguieron insistentemente al flautista sino todos y cada uno de los niños del pueblo. Cogidos de la mano, sonriendo y sin hacer caso de los ruegos de sus padres, siguieron al joven hasta las montañas, donde el flautista les encerró en una cueva desconocida repleta de juegos y golosinas, a donde los niños entraron felices y contentos. Cuando entraron todos los niños en la cueva, ésta se cerró, dejandolos para siempre atrapados en ella
Entraron en la cueva todos los niños menos uno, un niño que iba con muletas y no pudo alcanzarlos. Cuando el niño vió que la cueva se cerraba fue corriendo al pueblo a avisar a todos. Toda la gente del pueblo corrió a la cueva para rescatar a los niños, pero jamás pudieron abrirla
Hamelín se convirtió en un pueblo triste, sin las risas y la alegría de los niños; hasta las flores, que siempre tenían unos colores espléndidos, quedaron pálidas de tanta tristeza.
Los gobernantes de Hamelín junto al resto de habitantes del pueblo, buscaron al flautista para pagarle las cien monedas de oro y pedirle perdón y que por favor les devolviese a sus niños. Pero núnca lo encontraron y jamás pudieron recuperar a los niños.
A partir de aquél día los habitantes Hamelín dejaron de ser tan ávaros y cumplieron siempre con sus promesas.
Nadie acertaba a comprender el motivo de la invasión y, por más que intentavan ahuyentar a los ratones, parecía que que lo único que conseguían era que acudiesen más y más ratones.
Ante la gravedad de la situación, los gobernantes de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron:
- Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones.
Pronto se presentó joven flautista a quien nadie había visto antes y les dijo:
- La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín.
El joven cogió su flauta y empezó a pasear por las calles de Hamelín haciendo sonar una hermosa melodía que parecía encantar a los ratones. Poco a poco, todos los ratones empezaron a salir de sus escondrijos y a seguirle mientras el flautista continuaba tocando, incansable, su flauta. Caminando, caminando, el flautista se alejó de la ciudad hasta llegar a un río, donde todos los ratones subieron a una balsa que se perdió en la distancia.
Los hamelineses, al ver las calles de Hamelín libres de ratones, respiraron aliviados. ¡Por fin estaban tranquilos y podían volver a sus negocios! Estaban tan contentos que organizaron una fiesta olvidando que había sido el joven flautista quien les había conseguido alejar los ratones. A la mañana siguiente, el joven volvió a Hamelín para recibir la recompensa que habían prometido para quien les librara de los ratones.
Pero los gobernantes, que eran muy codiciosos y solamente pensaban en sus propios bienes, no quisieron cumplir con su promesa:
- ¡Vete de nuestro pueblo! ¿Crees que te debemos pagar algo cuando lo único que has hecho ha sido tocar la flauta? ¡Nosotros no te debemos nada!
El joven flautista se enojó mucho a causa de la avarícia y la ingratitud de aquellas personas y prometió que se vengaría. Entonces, cogió la flauta con la que había hechizado a los ratones y empezó a tocar una melodia muy dulce. Pero esta vez no fueron los ratones los que siguieron insistentemente al flautista sino todos y cada uno de los niños del pueblo. Cogidos de la mano, sonriendo y sin hacer caso de los ruegos de sus padres, siguieron al joven hasta las montañas, donde el flautista les encerró en una cueva desconocida repleta de juegos y golosinas, a donde los niños entraron felices y contentos. Cuando entraron todos los niños en la cueva, ésta se cerró, dejandolos para siempre atrapados en ella
Entraron en la cueva todos los niños menos uno, un niño que iba con muletas y no pudo alcanzarlos. Cuando el niño vió que la cueva se cerraba fue corriendo al pueblo a avisar a todos. Toda la gente del pueblo corrió a la cueva para rescatar a los niños, pero jamás pudieron abrirla
Hamelín se convirtió en un pueblo triste, sin las risas y la alegría de los niños; hasta las flores, que siempre tenían unos colores espléndidos, quedaron pálidas de tanta tristeza.
Los gobernantes de Hamelín junto al resto de habitantes del pueblo, buscaron al flautista para pagarle las cien monedas de oro y pedirle perdón y que por favor les devolviese a sus niños. Pero núnca lo encontraron y jamás pudieron recuperar a los niños.
A partir de aquél día los habitantes Hamelín dejaron de ser tan ávaros y cumplieron siempre con sus promesas.
lunes, 11 de enero de 2016
La Ratita presumida
Había una vez
una ratita muy presumida, después de mucho
pensarlo, decidió que se compraría un lazo rojo
para ponerlo en su rabito. Al día siguiente,
salió rumbo al mercado con su moneda en el
bolsillo. Cuando llegó, pidió al tendero que le
vendiera un trozo de su mejor cinta roja. La
compró y volvió a su casa.
Al llegar a su casita, se paró frente al espejo y se colocó el lacito en el rabo. Estaba tan bonita, que no podía dejar de mirarse. Salió al portal para lucir su nuevo lazo y entonces se acercó un gallo y le dijo:
- Buenos días, Ratita. ¡Qué guapa que estás hoy!
- Gracias, señor Gallo.
- ¿Te casarías conmigo?
- No lo sé. ¿Cómo harás por las noches?
- ¡Quiquiriquí!- respondió el gallo.
- Contigo no me puedo casar. Ese ruido me despertaría.
Se marchó el gallo malhumorado. En eso llegó el perro:
- Pero, nunca me había dado cuenta de lo bonita que eres, Ratita. ¿Te quieres casar conmigo?
- Primero dime, ¿cómo haces por las noches?
- ¡Guauuu, guauuu!
- Contigo no me puedo casar, porque ese ruido me despertaría.
Un Ratoncito que vivía junto a la casa de la Ratita, y siempre había estado enamorado de ella, se animó y le dijo:
- ¡Buenos días, vecina! Siempre estás hermosa, pero hoy, mucho más.
- Muy amable, pero no puedo hablar contigo, estoy muy ocupada.
El Ratoncito se marchó cabizbajo. Al rato, pasó el señor Gato, que le dijo:
- Buenos días, Ratita. ¡Qué linda que estás. ¿Te quieres casar conmigo?
- Tal vez, pero, ¿cómo haces por las noches?
- ¡Miauu, miau!- contestó dulcemente el gato.
- Contigo me casaré, pues con ese maullido me acariciarás.
El día antes de la boda, el Gato invitó a la Ratita para una comida. Mientras el gato preparaba el fuego, la Ratita quiso ayudar y abrió la canasta para sacar la comita. Con sorpresa vio que estaba vacía.
- ¿Dónde está la comida?- preguntó la Ratita.
- ¡La comida eres tú!- dijo el Gato enseñando sus colmillos.
Cuando el gato estaba a punto de comerse a Ratita, apareció Ratoncito, que los había seguido, pues no se fiaba del gato. Tomó un palo encendido de la fogata y lo puso en la cola del gato, que salió huyendo despavorido. La Ratita estaba muy agradecida y el Ratoncito, muy nervioso le dijo:
- Ratita, eres la más bonita. ¿Te quieres casar conmigo?
- Tal vez, pero, ¿cómo harás por las noches?
- ¿Por las noches? Dormir y callar. ¿Qué más?
- Entonces, contigo me quiero casar.
Así se casaron y fueron muy felices.
Al llegar a su casita, se paró frente al espejo y se colocó el lacito en el rabo. Estaba tan bonita, que no podía dejar de mirarse. Salió al portal para lucir su nuevo lazo y entonces se acercó un gallo y le dijo:
- Buenos días, Ratita. ¡Qué guapa que estás hoy!
- Gracias, señor Gallo.
- ¿Te casarías conmigo?
- No lo sé. ¿Cómo harás por las noches?
- ¡Quiquiriquí!- respondió el gallo.
- Contigo no me puedo casar. Ese ruido me despertaría.
Se marchó el gallo malhumorado. En eso llegó el perro:
- Pero, nunca me había dado cuenta de lo bonita que eres, Ratita. ¿Te quieres casar conmigo?
- Primero dime, ¿cómo haces por las noches?
- ¡Guauuu, guauuu!
- Contigo no me puedo casar, porque ese ruido me despertaría.
Un Ratoncito que vivía junto a la casa de la Ratita, y siempre había estado enamorado de ella, se animó y le dijo:
- ¡Buenos días, vecina! Siempre estás hermosa, pero hoy, mucho más.
- Muy amable, pero no puedo hablar contigo, estoy muy ocupada.
El Ratoncito se marchó cabizbajo. Al rato, pasó el señor Gato, que le dijo:
- Buenos días, Ratita. ¡Qué linda que estás. ¿Te quieres casar conmigo?
- Tal vez, pero, ¿cómo haces por las noches?
- ¡Miauu, miau!- contestó dulcemente el gato.
- Contigo me casaré, pues con ese maullido me acariciarás.
El día antes de la boda, el Gato invitó a la Ratita para una comida. Mientras el gato preparaba el fuego, la Ratita quiso ayudar y abrió la canasta para sacar la comita. Con sorpresa vio que estaba vacía.
- ¿Dónde está la comida?- preguntó la Ratita.
- ¡La comida eres tú!- dijo el Gato enseñando sus colmillos.
Cuando el gato estaba a punto de comerse a Ratita, apareció Ratoncito, que los había seguido, pues no se fiaba del gato. Tomó un palo encendido de la fogata y lo puso en la cola del gato, que salió huyendo despavorido. La Ratita estaba muy agradecida y el Ratoncito, muy nervioso le dijo:
- Ratita, eres la más bonita. ¿Te quieres casar conmigo?
- Tal vez, pero, ¿cómo harás por las noches?
- ¿Por las noches? Dormir y callar. ¿Qué más?
- Entonces, contigo me quiero casar.
Así se casaron y fueron muy felices.
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